martes, 31 de enero de 2012

Ostión (Caer, segunda parte)

No hallo más que desconsuelo en esta orilla del Aqueronte. No hay piedad para aquel que se muestra débil, indefenso. Este mundo atropella con sarna y desprecio a todos aquellos que se toman el lujo de dudar, de pararse a pensar, de intentar ser felices.
El amor me ha clavado sus tacones de aguja. Me ha pisoteado como a una colilla usada y ha jugado al tiro al plato con mis sentimientos.
No siento más que frío en mi interior. Me creo etéreo, vacío. Una pesadilla que parece no terminar nunca.
Le regalé mi corazón a una persona, y lo ha destruido. No ha dejado ni cenizas. Ese hueco vacante en mi alma dudo mucho que pueda volverse a llenar. 
No voy a llorar, los constantes envites de la Diosa fortuna se han llevado hasta la última lágrima de mis dañados ojos. Pero la falta de dichas lágrimas me ha permitido ver la realidad como realmente es. Una nauseabunda y repugnante esencia no comparable con ningún ente de este universo. Nada merece la pena ya. Aunque siempre me haya definido por mi perseverancia, me doy por vencido. Este es el fin.

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“ Como el ave fénix resurjo de las cenizas, después de que tu amor me dejara hecha trizas, mis alas ya están listas para volver a volar, sólo que esta vez no lo haré tan alto y tan de prisa, esta vez volaré bajo y con cautela, pues no quiero que mis alas se quemen nuevamente con el sol. ”
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Como dije anteriormente, el Josema "buena gente" ha muerto, ha sido incinerado, y sus cenizas han sido lanzadas a una ciénaga llena de cocodrilos y bichos feos, en honor al alma que ahora habita su ya ajado cuerpo.
Muchas gracias, ¡Oh, Diosa Fortuna! por hacer que esta tullida alma vague taciturna y solitaria por los recónditos pasillos del Érebo. Sin hallar redención ni castigo. Obligada a ser infeliz de por vida.
Es el fin de todo, aquí ya no hay más ná.