Llueve fuera. Las luces de los coches, unidas a las de las ventanas, forman un paisaje propio de un cielo estrellado. Pero las estrellas no se ven.
Las voces de la multitud suenan como un coro desigual, en el que ningún miembro sigue la partitura. Las sirenas de las ambulancias resuenan a lo lejos y el claxon de algún perturbado rompe el ordenado desorden de esta coral. Pero no escucho llover.
¿Por qué sé que llueve entonces?
Estoy sentado en la ventana, muerto de frío, esperando ver tu cara entre el tumulto de la gente. Una mirada, un susurro... Algo que me demuestre que no he perdido totalmente el contacto con el mundo. Que no te he perdido. Porque tú eres mi mundo, y no te das cuenta de ello.
Las voces de la multitud suenan como un coro desigual, en el que ningún miembro sigue la partitura. Las sirenas de las ambulancias resuenan a lo lejos y el claxon de algún perturbado rompe el ordenado desorden de esta coral. Pero no escucho llover.
¿Por qué sé que llueve entonces?
Estoy sentado en la ventana, muerto de frío, esperando ver tu cara entre el tumulto de la gente. Una mirada, un susurro... Algo que me demuestre que no he perdido totalmente el contacto con el mundo. Que no te he perdido. Porque tú eres mi mundo, y no te das cuenta de ello.
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