domingo, 15 de enero de 2012

El tesoro real


Llegó la hora, el Rey debía buscar esposa, e hizo llamar a todas las damas del reino para seleccionar personalmente a la idónea. Entre todas las candidatas, escogió a la más guapa; se dejó llevar por el físico. Lo demás parecía no importarle demasiado.
Por todos era conocida esta zagala como la más alegre y risueña niña que había visto crecer la muy noble villa. Amante de los animales, este pajarillo hecho mujer decidió aceptar la proposición del soberano monarca y se convirtió en su Reina.
Mas no pudo estar más errada nuestra protagonista. Ella sólo buscaba a alguien que le procesase tanto cariño como ella rezumaba por cada poro, y pronto se daría cuenta que no lo encontraría entre los brazos de su ya marido.
Se dedicó a endulzar el carácter amargo del Rey hasta tal punto que la preciosa sonrisa que le caracterizaba se fue marchitando poco a poco, volviéndose un gesto simpático, luego una mueca y, finalmente, una muestra de absoluta tristeza. Vagó apesadumbrada y ojerosa por las calles empedradas, por los campos de cultivo... con la Luna como único farol que alumbrase sus desentonados pasos.

Hasta que llegó a los establos...

En el fondo sabía que, al abrir esa puerta, rompería la fea cubierta que la estaba aprisionando y volvería a ser la jovencita vivaz y soñadora que ella creía extinta.
No titubeó, sabía lo que quería, y sabía que lo conseguiría. Ensilló su caballo, feliz tras reencontrarse con su ama tras tanto tiempo, y de pronto, se hizo la luz. Como si un millón de estrellas se apelotonaran dentro de la sala de madera. Esta peculiar dama sintió un calor que no sentía desde hace mucho tiempo. Le recordaba a su familia, a su infancia...
Apenas unos segundos después, todo volvió a ser tinieblas, pero el reconfortante calor que sintió en sus entrañas le hizo darse cuenta del verdadero tesoro del reino.
Con el pelo suelto, y una sonrisa en los labios, la Reina cabalgó, cabalgó sin mirar atrás. Sin un rumbo fijo, pero con un solo destino, encontrar su FELICIDAD.

¡Oh Reina de corazones!
Que ningún hombre te haga más llorar.
¡Oh Reina de mis amores!
Pues esas tus lágrimas no pue...

...

- ¡SILENCIO BASTARDO!
He oído suficientes blasfemias. Alguacil, mandad freír en aceite a este juglar.
- Con sumo gusto moriré por mi Reina. Mi dolor será temporal, pero el suyo será eterno.

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