viernes, 30 de marzo de 2012

Redemption; Chapter five, Home

5º - HOME

Infancia perdida. Madurez forzada.

Víctimas inocentes.

Ángeles ocultos.




Ilhuicamina abrió los ojos poco a poco, despacio. Las luces, a la que no estaba acostumbrado, le quemaban las retinas. Se hallaba tumbado boca arriba, en un mullido montón de algodón. Desde su niñez no había vuelto a dormir en una cama. La sensación era indescriptible. Se encontraba confuso y desorientado, pero una extraña familiaridad en el ambiente le hacía sentir a gusto, no tiene miedo.
El fuego crepita en una pequeña chimenea a unos metros de él. El fuego al que se enfrentó en el pasado había sido domado, y utilizado para proporcionar alivio y no dolor. Voces de desconocidos dialogan en la habitación contigua, estas voces le evocan vagos recuerdos de su infancia, pero no consigue identificar a quienes pertenecen, por lo que en un vano intento de escuchar mejor, se acerca a la pared que une ambas habitaciones:


- ¿Pero no te parece una coincidencia que Ilhuicamina haya regresado a la aldea después de tanto tiempo, justo cuando le ha pasado esa terrible desgracia al chamán?- dijo una voz de mujer. Dulce, reconfortante, pero a la vez estricta y seria, terriblemente seria.
- No lo sé, pero no creo que sus heridas se las haya provocado él mismo. Además, cuando llegó flotando al lecho del río estaba medio moribundo. Algo muy grave ha debido pasarle, esperemos que despierte pronto y nos cuente su historia. - dijo una voz masculina. 


Esa voz la recordaba perfectamente. Topiltzin. Su mejor amigo de la infancia, su mayor rival cuando aún vivía en el poblado. El chaval, un año mayor que él, a quién siempre quiso superar, mas nunca pudo. 
Ilhuicamina deja de escuchar por un momento, un tren de imágenes circula a lo largo de su mente. Recuerda toda su infancia, y se pregunta porqué no actuó Topiltzin en su defensa cuando le expulsaron hace ya cinco años de su hogar. ¿Qué motivos le empujaron a esconderse cuál vil reptil en su madriguera?. Él era su amigo, su mejor amigo, no debió abandonarle. Una lágrima llena de rabia brota del ojo derecho de Ilhuicamina. Quiere explicaciones. La furia vuelve a apoderarse de su cuerpo. Debe controlarse ya que, si no lo hace, la oscuridad volverá a consumirle...
Tras un pequeño desliz, se calma y continúa escuchando. La conversación ha adquirido tonos más agresivos, llegando incluso a algún que otro grito:


- ... El poblado está muy agitado últimamente, parece como si todo el mundo se estuviese volviendo loco por momentos. Como esto siga así, me iré pronto. Esta situación es insoportable, ¡que les den a todos! - dijo una voz femenina, más estruendosa que la anterior, por lo que Ilhuicamina deduce que en la habitación contigua hay dos chicas y un chico, Topiltzin.


Un portazo retumbó en toda la casa.


- ¿Qué le pasa ahora a esta? - dijo la primera mujer.
- Está preocupada por Ilhuicamina, por eso se comporta así. O eso creo. - respondió Topiltzin, en voz baja, casi en susurros.


Este último dato le hizo percatarse a Ilhuicamina de que podrían sospechar que se encontraba despierto, por lo que volvió a su cama. Meditó largo y tendido sobre el lecho en el que se hallaba. Mañana tendría todas las respuestas que buscaba.


El sol luce sobre las hojas del árbol que se haya al lado de la ventana. Por su altura, Ilhuicamina determina que debe ser mediodía. No hay nadie en la casa. Se encuentra confuso, por lo que decide salir fuera. Piensa que ver los edificios que veía en su infancia le ayudaría a encontrar una explicación a todo lo que pasaba a su alrededor. 
Al salir de la casa, la luz del sol le ciega, cuando de repente, alguien grita su nombre. Y siente como alguien le abraza. Contacto humano. Apenas recordaba lo que era eso. Su amigo de la infancia sonríe. Está feliz por poder ver al flojucho una vez más. Pero Ilhuicamina quiere respuestas.


- ¿Por qué me abandonaste? - Fue seco, contundente y enormemente frío. Rompió la magia del momento al instante.
- Pasa adentro, han pasado muchas cosas en tu ausencia, te lo explicaré todo. - respondió.


Ambos cruzaron silenciosos el umbral de la casa, cruzaron el pasillo en silencio, y tomaron asiento, sin que una sola palabra saliese de sus labios.


- Bien. Lo primero de todo lo siento. Yo también me quedé muy solo tras tu marcha. Ahora, deja que te lo explique todo.