lunes, 13 de febrero de 2012

Zambullida en el abismo; 3º Grito en la oscuridad


Llevaba corriendo todo el día a través de la espesura de la selva. Quería correr, huir de sus problemas, dejarlo todo atrás. Estaba sudorosa, cansada, no podía casi sostenerse en pie. Entonces le vio, subido en aquella rama, mirando la Luna. Se le quedó mirando durante varios segundos, minutos... el tiempo parecía intangible. Entonces el chaval volvió en sí y se fijó en ella. La niña, asustada, quería hacerse la fuerte, pero estaba realmente cansada, y sólo quería sentir el más mínimo contacto físico, quería a alguien que le sacase de su caparazón y le hiciese brillar...

Un trueno rompe la quietud de la noche y unos pájaros chillan asustados. Zipactonal se despertó del bello sueño en el que conoció a Ilhuicamina, que yacía a su lado, con sus brazos rodeándola buscando proteger lo que más quería.
No podía dormir, por más que lo intentaba era incapaz de cerrar los ojos. Entonces decidió hacer una locura.
Se separó de Ilhuicamina, y saltó del árbol, ése su hogar. Y corrió. Corrió como antaño buscando los pájaros. Quería volar como ellos, ser libre. Los truenos retumbaban la quietud de la noche, sin embargo, no llovía. Nada podía estropear ese momento. Se sentía libre.
De repente, vio el Gran Árbol del Dios Pájaro, y decidió subirse en él. Otros pensarían que era una temeridad, pero ella quería invocarle para conseguir sus veneradas alas. Al llegar arriba, pudo ver toda la selva, embriagada por la altura y por la belleza del entorno. Patidifusa, esbozó una leve sonrisa, muestra de la felicidad y la libertad que tanto ansiaba y al fin consiguió.
Y ahí fue cuando el destino intervino. No quería ver a nadie feliz y actuó.
Un relámpago sordo atravesó el majestuoso árbol y todo cuanto en él había huyó. Salvo Zipactonal.
Ella no consiguió sus preciadas alas y cayó al vacío. Su cuerpo, como una gota de agua, chocó contra el frío suelo, manchando de rojo la verde selva. Esos ojos verdes no volverían a ver la luz del día, nunca más.
Entonces empezó a llover, caprichos del odioso destino, e Ilhuicamina se despertó viendo el amanecer, pero con un frío que le llegaba a los huesos e intuyendo la tragedia que sobre ellos se había cernido.
No pudo salvarla, las ansias de libertad terminaron por separar sus caminos, y, sin saberlo, se vio obligado a  cambiar una cálida sonrisa por la fría soledad como compañera de viajes.



Zambullida en el abismo; 2º Jugando en las sombras

Allí estaba. De pie, sobre unas sandalias de esparto manchadas de barro.
El niño había perdido todo contacto con la civilización hacía ya mucho, y no supo cómo reaccionar ante semejante mirada. Una mirada que le hipnotizó aún más que la Luna.
Al principio los detectó como un peligro. Una mirada desafiante de un color que no había visto nunca. Pero un instante después se dio cuenta de que no podía dejar de mirarla. No podría vivir sin esa mirada a su lado.
Cogió todo el valor que tenía y se presentó. Sorprendentemente, la joven no entendió ni mijita, por lo que el niño dedució que no hablaba su lengua.
Pero la magia que había en el ambiente intercedió entre los dos, y sus cuerpos empezaron a bailar al son de los sonidos de la selva. Una coreografía improvisada, como un banco de peces. Era pura magia.
El niño que se hallaba perdido encontró una razón por la que luchar, por la que morir, por la que descubrir qué era eso de "ser feliz".
Mas el universo a veces se alinea para evitar que tus sueños se cumplan, para evitar que seas feliz. Y este fue el caso. Pero ellos no sabían que entre tanto baile se mascaría la tragedia. Preferían vivir el momento.