El sudor me cubría el rostro. Respiraba con dificultad por culpa del polvo que levantó la última tormenta de arena. Apenas podía ver más allá de mi nariz. Pero la misión seguía en pie. Nos hicieron creer que peleábamos por la paz, pero, gracias a toda la gente que he matado, unos pocos se han vuelto asquerosamente ricos invirtiendo en petróleo. Yo quería hacer de este mundo un lugar mejor, y lo único que he conseguido ha sido matar a niños con rifles en sus manos. Niños que crecieron demasiado deprisa, demasiado influenciables y obstinados por el cumplimiento de unos ideales radicales.
Esta hubiese sido mi última misión, iba a renegar de todo. Todo en lo que creía había muerto. El sufrimiento de millones no se justifica por el bienestar de unos pocos. Si el presidente hubiese visto lo que yo vi en aquella tierra baldía, se lo hubiese pensado dos veces antes de buscar las "armas de destrucción masiva antes-conocidas-como-petróleo". Niños prostituyéndose por un mendrugo de pan que llevarse a la boca, muertos de hambre pidiendo por las calles o mujeres lapidadas.
El transcurso del viaje no había tenido incidentes, no habíamos encontrado ni bandidos, ni talibanes ni las famosas armas de nuestro querido presidente. Parecía que todo iba a ser un éxito hasta que el convoy entró en una carretera al infierno. Los temidos campos de minas. Toda la brigada murió aquel fatídico día. Incluido yo.
Por eso, escribo esta carta para buscarle redención a mi alma, que se encuentra agonizando entre las llamas del averno. Por muy inocentes que fueran mis ideales, los crímenes que cometí ese último año me han condenado por toda la eternidad.
Señor presidente, si lee esto, quiero que hacerle saber que nosotros, la Brigada 39, no le guardamos rencor, puede gastarse y disfrutar todo el dinero que consiguió vendiendo el alma de combatientes y sufridores como nosotros, mas hágalo rápido, porque Belzebú ya le tiene reservado sitio aquí.
Atte:
Lt. Kayne
Esta hubiese sido mi última misión, iba a renegar de todo. Todo en lo que creía había muerto. El sufrimiento de millones no se justifica por el bienestar de unos pocos. Si el presidente hubiese visto lo que yo vi en aquella tierra baldía, se lo hubiese pensado dos veces antes de buscar las "armas de destrucción masiva antes-conocidas-como-petróleo". Niños prostituyéndose por un mendrugo de pan que llevarse a la boca, muertos de hambre pidiendo por las calles o mujeres lapidadas.
El transcurso del viaje no había tenido incidentes, no habíamos encontrado ni bandidos, ni talibanes ni las famosas armas de nuestro querido presidente. Parecía que todo iba a ser un éxito hasta que el convoy entró en una carretera al infierno. Los temidos campos de minas. Toda la brigada murió aquel fatídico día. Incluido yo.
Por eso, escribo esta carta para buscarle redención a mi alma, que se encuentra agonizando entre las llamas del averno. Por muy inocentes que fueran mis ideales, los crímenes que cometí ese último año me han condenado por toda la eternidad.
Señor presidente, si lee esto, quiero que hacerle saber que nosotros, la Brigada 39, no le guardamos rencor, puede gastarse y disfrutar todo el dinero que consiguió vendiendo el alma de combatientes y sufridores como nosotros, mas hágalo rápido, porque Belzebú ya le tiene reservado sitio aquí.
Atte:
Lt. Kayne