martes, 6 de marzo de 2012

Snow

Me desperté esa mañana, con ganas de comerme el mundo.
Desayuné fuerte escuchando a Mozart, y me motivé lo suficiente para afrentar a la dura ventisca que se desataba allí fuera.
Abrí la puerta, con fuerza, para que el mundo viese que no le tenía miedo a nada. Crucé el umbral, y esta se cerró a mis espaldas. Hacía frío, y no encontré a nadie en la calle. Todos estaban en sus mullidas camas, calentitos, sin preocuparse por lo que ahí fuera pudiese suceder.
Apenas veía nada a mi alrededor. El hielo me llegaba a los huesos, me hacía cerrar los ojos, me congelaba las lágrimas. Con toda mi fuerza de voluntad, proseguí mi marcha, sin mirar atrás, deseoso de llegar a región, ver algún rostro conocido, y sentir calor.
Mas cuán caprichoso es el destino, que decidió que, al llegar a aquel oasis entre tanto dolor me hallase con la puerta en las narices, con una mano delante y otra detrás, abandonado como un triste chucho callejero. Pasé frío, mucho frío, un frío que incluso quemaba.
Vagué, vagué taciturno por las calles de la ciudad, viendo cómo todo el mundo era feliz en sus hogares; y yo, el vagabundo, el loco soñador al que la realidad dio de ostias, decidí refugiarme bajo el puente de las Ánimas. ¡Oh caprichoso Destino, que volviste a hacer de las tuyas!
Y es que, cuando más alicaído me hallaba, encontré a personas como yo, deseosas de ver la realidad como es, y que fueron repudiados por la cruenta sociedad que nos gobierna.
Entre bidones de gasolina y basuras, reímos, lloramos, debatimos, crecimos, nos enamoramos, nos peleamos. Fuimos felices.
Apenas sin darnos cuenta, la primavera llegó, el hielo, que nos impedía volver a casa, se derritió. Podíamos volver a casa. Pero, ¿dónde estaba nuestra casa?. El objetivo de regresar nos había obnubilado tanto, que no nos habíamos dado cuenta de los lazos afectivos que nos unían. Aquellos vagabundos sin hogar eran ahora mi familia. Y ellos pensaban igual.
Algunos nos abandonaron, huyeron, volvieron con la cabeza gacha y el corazón húmedo a sus casas.
Los que quedamos, cogimos nuestros macutos, nuestros hatillos, la loca llamó a sus gatos, y nos fuimos. Recorrimos el mundo, promulgando nuestros ideales. Nuestro propio movimiento hippie, nuestros lazos de unión. Nuestros pensamientos. Sueños.