viernes, 13 de enero de 2012

Gervasio I "El Breve"


Y mientras, el príncipe buscaba en el fondo de una jarra el reflejo de su alma. Analizaba el espejo esperpéntico con el fin de que le dijese cómo hallar la felicidad, como recomponer un corazón que una simple criada pisoteó un millar de veces con sus desgastadas sandalias.
Así, a base de bucear entre vasos de aguamiel, las prendas del apuesto príncipe se fueron corroyendo, pudriendo, desvaneciendo, hasta convertirse en harapos. Su armadura, antes de un metal más brillante que el platino, se oxidó, dando al caballero un aspecto lúgubre y sombrío.
La estrecha línea que separa el Bien del Mal es tan fina que sin darse cuenta el príncipe se volvió oscuro y ruin. Renegó de todo, sus posesiones, sus ideales, sus conocidos, incluso su trono... Quería estar solo.
Las primaveras se sucedieron, llegaron nuevos paladines a la comarca, y el caballero de blanca armadura, con el paso del tiempo, fue olvidado, relegado a un segundo plano por los mozos que un día le admiraron como a un Héroe.
Taciturno y medio moribundo, este decrépito vagabundo, frio y calculador a simple vista, seguía guardando los mismos ideales románticos y aventureros de los que hacía gala en su juventud, mas la gruesa capa de mugre que cubría su piel impedía que la gente lo viese como realmente era. El antiguo príncipe pensó que así, las personas que realmente lo quisiesen no verían en él ninguna diferencia con el antiguo guerrero y poeta, pero en el fondo sabía que se equivocaba.
Sabía que nadie lloraría su pérdida, sus antiguos amigos le darían de lado y se acercarían a su hermano menor, siguiente heredero al trono. Moriría solo, ya que esa sociedad infecta se fijaba más en las vestimentas y en la apariencia que en  los ideales de uno. En efecto, el caballero murió, entre desechos y rodeado de ratas. Pero no murió triste, pues descubrió una cosa.
El tratar con ratas hizo que estas le quisiesen como a una más. Ellas no entendían de superficialismos. Ellas le acojieron como a una más de las miles de la colonia, huérfanas y confundidas, que buscaban infructuosamente alguien en quién apoyarse, a quién
pedir auxilio en momentos de necesidad sin pedir nada a cambio. El caballero murió feliz, se dió cuenta que, aunque el ser humano era la especie dominante del planeta, los animales eran los únicos que vivían como un sólo organismo, ya que entre las mismas especies no entendían de razas.

Un relámpago estremeció la quietud de la noche. El joven príncipe se despertó sobresaltado, bañado en sudor. No podía quitarse de la cabeza  el sueño que había tenido. Sopesó largo y tendido esta idea hasta que llegó a ser rey. Entonces decidió comunicarle su idea de abolir la  esclavitud y las clases sociales en su reino a su consejo de ministros. A la mañana siguiente apareció muerto en su habitación. Nadie vió nada, pero, coincidencia o no, el mayordomo tenía monóculo nuevo.

Curva Sigmoidea

Tumbado en la cama mirando el infinito. Medito. Dejo pasar el tiempo.
Solo quiero olvidar y que el mundo me olvide. Renacer. Sellar las fracturas de este corazón de cristal.
No salir de mis propios pensamientos.  Evitar las sonrisas superficiales que el mundo me obliga a dibujar en mi ya cadúceo rostro. Cada una duele como una lanza atravesando mi costado. Me enfado. Golpeo las paredes.
Me rasgo los nudillos. Busco que el daño físico alivie en parte el dolor emocional. Lloro. Un quejido rompe el silencio y la quietud de la noche. Lloro hasta quedarme dormido. Mas esto no ocurre. Mi atribulada mente decide que el mejor momento para empezar a funcionar es ese. Escribo. Escribo mi historia, en papel de liar.
Algo que sea fácilmente quemado. Algo en lo que nadie se fije. Le prendo fuego. Guardo así mi secreto. Que nadie sepa que, tras una máscara de bromas y risas, se esconde un alma rota.
Poca gente sabe lo que es darlo todo por amor, y perderlo. El anticuado ideal romántico sigue vivo en nosotros. Mas esto no implica que seamos felices. La sociedad se limpia el culo con el romanticismo. Todas las chicas dicen que buscan a alguien que sea detallista, pero luego mojan las bragas por el típico guaperas sin cerebro.
Maldigo a los medios de comunicación. Maldigo a los medios audiovisuales. Maldigo las clínicas de cirujía estética y, sobre todo, maldigo a las revistas de moda.
Te dicen cómo debes vestir. Cómo debes ser. Qué debes consumir y cómo te debes comportar. Las personas les siguen fielmente. Se ríen del mundo de borregos que han creado, mientras esbozan una sonrisa pérfida y beben Brandy de más de 50 años.
A la mierda la personalidad. Que te digan cómo pensar es más fácil. Estás integrado en el rebaño, eres uno más. Por esto reniego de la sociedad. Llamadme asocial, pero yo no pienso renunciar a mi forma de ser. Si no encuentro a mi princesa de cuento, me querré a mi mismo. Al fin y al cabo, soy la persona más bella que he conocido. Y esto es así.