3º - WAR
Demonios internos. Guerra de intereses.
Sangre. Sudor. Lágrimas.
Paz. Liberación.
El majestuoso árbol había emergido de sus cenizas. Su poder semi-infinito, había consumido a quienes lucharon contra él. Ya casi no quedaban árboles en la zona de las cascadas. Sólo hiedras moradas, espinosas y dañinas.
Sus frutos, hijos infectos de un incesto entre seres esperpénticos, se diseminaron por los alrededores, envenenando todo lo que encontraban a su paso; haciendo huir a los animales, haciendo mutar a las plantas.
La belleza natural de la selva había desaparecido completamente. Los árboles, antiguo hogar de monos y aves, habían desaparecido. Ya no quedaba nada más que un sol abrasador...
Y la noche... Que transformaba todo en una inmensa oscuridad. Cielo y tierra se unían formando un sólo firmamento. Pero dentro de esa inmensa oscuridad se hallaba luz, y Ilhuicamina por fin se dió cuenta de ello.
La Luna, las estrellas, seguían allí, brillando para él, no le habían abandonado. Eran su luz, habían estado escondidas, pero cuando las necesitó siempre estuvieron ahí. Recordó su infancia en el poblado, mirando las estrellas, sus únicas amigas. Recordó sus aventuras entre las copas de los árboles, con la noche de fondo. Recordó a Zipactonal. Lloró de rabia. No podía entender como el odio le había consumido tanto. Ella no hubiese querido verle así. Cumpliría su voluntad. Haría de este un mundo mejor y para ello, debía empezar por redimir sus pecados.
Era una noche seca. La ausencia de árboles se había llevado consigo a la humedad. Era una bonita noche para hacer el bien. Vandalismo en estado puro, pero todo por hallar la paz. El fin justifica los medios, solía pensar.
Cuando vivía en el poblado escuchó que el fuego purifica, e iba a realizar una purificación digna de un Dios.
Con el choque de obsidianas provocó fuego y con los restos afilados de estas hizo cuchillos.
Se acercó al árbol de las Ánimas y rompió su negra corteza con el negro cuchillo. La savia, pastosa y blanquecina, hacía que se le pegasen los dedos. Una ínfima defensa una vez caído su ataque psicológico a Ilhuicamina. Acercó el fuego al árbol y este se extendió rápidamente, como un combustible. Y rápidamente rodeó a Ilhuicamina. Sería víctima de su propia obra macabra. Podía ver como su maestro, su mentor, su falso amigo en la última época de su vida se iba consumiendo poco a poco, transformándose en las cenizas que hubiese acabado siendo si él no hubiese intervenido. Los frutos, quemado, se tornaron completamente negros. Su zumo no volvería a amargar a nadie.
Vió la muerte cara a cara, al Kisín, a quién había hecho de su existencia algo efímero. Y se entregó al fuego. Él también debía purificarse, no debía quedar un sólo atisbo de maldad en el mundo. Zipactonal lo hubiese querido así.
Corrió entre las llamas, ciego. El inmenso calor le reconfortaba por dentro, a la vez que le destruía por fuera.
Y se hizo el vacío.
No vió el borde del precipicio, y saltó sin darse cuenta sobre las cataratas. Se sintió liviano durante su caída. "Esto debe ser la redención. Que los designios de los Dioses guíen mi destino. Me siento en paz".
No hay comentarios:
Publicar un comentario