martes, 10 de abril de 2012

Redemption; Chapter six, Purity/ Impurity


6º - PURITY - IMPURITY

La calidez de la amistad.

El frío de la traición.

Deseos que chocan. Destinos manifiestos.


Ilhuicamina se acercó temeroso a la sala principal de la choza, dubitativo de si debía o no saber todo lo que había acontecido en el pueblo en estos años. Con la mano temblorosa, cogió el respaldo de una silla y se dejó caer sobre esta, como un tucán se posiciona sobre una rama. Topiltzin, cabizbajo, se hallaba recostado sobre la pared, con un maltrecho cigarro en su boca. Su rostro era imposible de descifrar pues la tenue luz de la mañana evitaba que llegase luz solar a su cara.
Tras un silencio que pareció eterno, el chico alto, paliducho, de pelo moreno que se encontraba de pie comenzó a hablar:

- Siento mucho lo que te pasó. Tu no tenías culpa de nada. Pero las premoniciones del gran sacerdote eran inexpugnables, y nadie pudo hacer nada cuando tus padres murieron. Ellos eran el último reducto que defendía tu estancia en Mayaque, sin ellos, fuiste pasto para la tiranía del gran sacerdote. Mixtle, venerado como a un mismo Dios, no dudó en sacarte de su vista, enviarte lejos, desterrarte. Pero todo esto tenía una explicación. La hija de uno de los cazadores, Zipactonal.

Ilhuicamina escuchó como si algo de cristal se resquebrajase dentro de su interior al volver a oír ese nombre. Últimamente todo giraba en torno a ella. Y cuando salía de esa vorágine de malos recuerdos no hallaba más que odio, dolor y sed de venganza. Pero continuó escuchando, a pesar de que casi no podía aguantar las lágrimas:

- Posiblemente no conocieses a esa muchacha, puesto que era de una casta superior, pero los otros cazadores me han dicho que se pasaba las horas mirando por las ventanas del gran mercado. Las ventanas desde las que veían todas las cosechas de maíz. Decían entre risas que alguien debía llamarle poderosamente la atención, y que ojalá se hubiese fijado más en los cazadores, y no en los nenazas esos que cogían verduras y hortalizas del suelo.

El muchacho escuchaba atónito la conversación. Esto no podía ser real. Esa Zipactonal no debía ser la que él conocía. Y si así fuese, seguramente no se hubiese fijado en él, eran cientos de mozos los que recogían maíz y trigo en aquellas cosechas. Aunque cabía la posibilidad. Esto cambiaba todos sus esquemas. Su primer encuentro no había sido mágico. Estaba adulterado por un deseo previo de la muchacha. Debía ser imposible. No la había visto en la vida. No podía ser verdad.
Topiltzin prosiguió:

-  Pues bien. Mixtle puso sus ojos en ella. De entre todas las jóvenes del reino, se fijó en ella, y procedió a cortejarla. Estaba muy ilusionado, ya que ninguna mujer había rechazado nunca a un gran sacerdote. Su posición le daría los lujos que nunca hubiese imaginado. Cuán grande fue su sorpresa cuando esta zagala le dijo que no estaba interesada en él, sino en otro muchacho. Tú eras eres muchacho, Ilhuicamina. Por eso te desterró. Te quería lejos de Zipactonal.

Esto le sentó como un jarro de agua fría. Por fin se había quitado la venda que tanto tiempo le había impedido ver. Mixtle, que había sido su amigo cuando iban a la escuela, le había provocado un daño horrible.

- Pero eso no es todo. Tras tu marcha, Zipactonal estaba sumida en la amargura. Su contagiosa risa no sonaba más. Apenas hablaba con todos los demás y, de la noche a la mañana, desapareció. Huyó de casa y se adentró en la espesura de la selva. Te buscaba.

Ilhuicamina estalló de rabia, ya no podía soportarlo más, cada una de las palabras que Topiltzin decía se le clavaban en la conciencia como flechas envenenadas. Se sentía culpable por la muerte de Zipactonal. Aunque había alguien que era aún más culpable. Mixtle. El artífice del Caos. El Kisín humano. El lobo vestido de cordero. Quería explicaciones, o eso deseaba pensar, porque en el fondo, la rabia volvía a cegarle. La locura, la oscuridad, volvían a apoderarse de su cuerpo. Se vaticinaban más sangrías, solo que esta vez, disfrutaría matando.
Se levantó de un golpe de la silla y corrió hacia la ventana. Fue tan repentino que Topiltzin se tropezó y cayó al suelo. Ilhuicamina cogió un machete que su amigo utilizaba para cazar, y saltó por la abertura en la pared de barro. Corrió por todo el poblado, perdido, buscando la forma de alcanzar el gran templo, que se hallaba en la parte más alta de la ciudad. Recorrió calles y calles, casi sin aliento. Cogiendo fuerzas de donde no las había. La locura le daba el poder. Esta vez no necesitaba del fruto del Árbol de las Ánimas para sentirse poderoso. Era consciente de que no sería capaz de llegar hasta su objetivo, su guardia era inmensa, y estaba mucho mejor armada que él. Tendría suerte si consiguiese salir con vida de la escaramuza que estaba a punto de protagonizar, pero no temía lo que el destino le deparase, se levantaría una y otra vez hasta vengar la muerte de su amada.
Las calles llegaron a un final, un gran edificio que se elevaba hasta el cielo. La majestuosidad del recinto no amainó la ceguera de Ilhuicamina, que prosiguió enfurecido su marcha, ahora a un paso más taimado.
Dos guardias se encontraban charlando en la puerta, cuando vislumbraron al atacante, se dispusieron a asaltarle, mas sendos golpes en sus sienes con los puños desnudos de Ilhuicamina les dejaron en un estado inconsciente.
El muchacho se hallaba embravecido, y nada ni nadie podría detenerle. Aunque no tenía ni idea de lo que estaba a punto de ocurrir.

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