martes, 1 de mayo de 2012

Brave New World; Chapter One, A Thousand Paths


1º - A THOUSAND PATHS

Recuerdos.

Luces y sombras.

Amanecer.

El alba había llegado raudo a Mayapán. Ilhuicamina se hallaba tumbado encima de su cama, en la habitación que el gran sacerdote le había asignado. Sus rayos, brillantes, iluminaban las ojeras de este. Las pesadillas seguían superponiéndose noche tras noche, lo que le causaba un fuerte insomnio. Los restos del fruto del árbol de las ánimas seguían haciendo daño en su organismo, el problema desapareció, mas el dolor continuaba oprimiéndole el pecho. Llegó a pensar que si sus labios volvían a probar del amargo jugo del fruto, el sueño volvería y Zipatocnal desaparecería por fin de su mente. Zipatocnal. La pequeña salvaje con unos ojos más verdes que la selva. El recuerdo de la noche de las tormentas no hacía sino avivar el pesimismo en su interior. Aun cuando su espíritu le había perdonado, no podía olvidar cada uno de los momentos que pasaron juntos. Huir a Mayapán no había traído consigo el dejar atrás los recuerdos. Eso era imposible.
Quería empezar de cero y olvidar su pasado, pero, por los azares del destino, se encontró como compañero de habitación a Alt, el futuro instructor de cazadores. Algún Dios jocoso seguía haciendo de las suyas, dificultando su camino a la felicidad, pero nadie dijo que este fuese llano, que fuese sencillo. 
Ilhuicamina había conocido a Alt en su época más oscura, cuando el Kisín aún poseía su cuerpo cada noche. La locura sodomizaba a la cordura en aquellos tiempos negros, e Ilhuicamina no era el único al que Kisín había hecho su esclavo…
La lluvia regaba las pocas plantas que aún no habían sido pasto de las llamas. El verdor propio de la selva había dado lugar a un paisaje negruzco, grisáceo. Se podían observar alguna que otra brasa que aún seguía incandescente. La muerte devoró todos y cada uno de los rincones de ese inhóspito lugar. En medio de tan lúgubre lugar, se hallaba una gran hoguera, cuyas flamas se elevaban hasta el cielo. Alrededor de esta bailaban un grupo de jóvenes. Ilhuicamina se acercó desconfiando, el contacto con otros humanos le hacía desconfiar, pero la locura que allí reinaba le atraía con una fuerza sublime. Pocos minutos después, se había unido a esa extraña danza. Los integrantes de esta le explicaron entre gritos y jolgorios que acababan de derrocar a su gran sacerdote, un ser corrupto que no había hecho sino arruinarles la vida. Eran libres. Ilhuicamina los envidió de una manera desmedida, pero su hospitalidad y generosidad hizo que se crearan estrechos lazos entre ellos. La mayoría de esas personas acabarían por volver a serle indiferentes, de eso estaba seguro, pero, lo que desconocía es que algunos de ellos volverían a su vida años después, para hacerle recordar esas noches de locura. Esas noches de desenfreno. Esas noches que trataba de olvidar.
Alt aún dormitaba en su cama, a un par de metros de su compañero de habitación, inconsciente de la cantidad de pensamientos, recuerdos y dudas que se superponían en la cabeza de Ilhuicamina. Se entremezclaban. Luchaban por cobrar protagonismo en la atribulada mente del muchacho. Los primeros rayos de sol, anaranjados, cruzaban la ventana de la habitación, un inmenso agujero cuadrado en la pared que proporcionaba luz a toda la alcoba sí, pero también frío. Mucho frío. Ilhuicamina sintió un escalofrío alrededor de su cuerpo. No le gustaba conocer gente nueva. Era un chico frío, distante, un perro acobardado que ha sido golpeado y que recela ahora de todas las personas.
Conoció a todos sus nuevos vecinos. La comuna que le fue asignada era enorme. Una pequeña ciudad dentro de una gran ciudadela. Su historia se podía equiparar a la de cada uno de ellos, extranjeros en una tierra que les es indiferente. Un mundo abierto por explorar. Sueños. Deseos. Anhelos. Ilhuicamina no era el único que ansiaba su propia felicidad. Cada uno de ellos había dejado atrás un pasado, turbio para unos; feliz para otros…
Con los tentáculos del Dios del sueño aun atándole a su lecho, intentó prever todos los acontecimientos que tendrían lugar ese día. Su primer día en Mayapán. Su primer día de clases. Sentimientos contrapuestos chocaban en su interior, por un lado, la desgana de conocer gente nueva, algo a lo que siempre fue reacio, y, por otro, volver a ver a Cihuacoatl, otra de las insurrectas de años atrás, las grandes celebraciones de nuevo año también le atraían bastante. 
El comedor está abarrotado, pero Ilhuicamina está solo. No es muy sociable. Su destierro no ha hecho más que acrecentar su hastío hacia las relaciones sociales. Busca caras familiares entre la multitud, sin suerte. A pesar de todo, encuentra entre los muchachos a uno con la cabeza afeitada por los lados, y una pequeña cresta de pelo negro y rizado que le llega de la frente a la nuca. Viste una larga túnica blanca abierta, cosa extraña tanto en hombres como en mujeres. En ella hay dibujados diferentes símbolos anarquistas, en contra del sistema de poder que da toda la fuerza a unos cuantos sacerdotes. Aunados a ellos se podían ver otros símbolos cuyo significado desconocía. Poco después descubriría que eran grupos de folklore de esa ideología, única manera de difundir pensamientos en esa oscura época en la que poca gente sabía escribir correctamente, y, a los que tenían posibilidades, les era indiferente la filosofía, la ciencia, la cultura o la historia.  
Tras el desayuno, deambuló por las calles de Mayapán. Aún no conocía el sistema de transportes en carro. Tampoco conocía las calles. Sólo la gran calle en la que vivía Hiuhtonal. Esperaba encontrársela al cruzar la esquina una y otra vez, ya que ahí tenía que coger el gran carro que llevaría a todos los aprendices a la “ciudad de entrenamiento”. El sol aún estaba bajo, debían ser las primeras horas del día. Ilhuicamina se aventuró por un callejón oscuro, a cuya pared derecha era una gran muralla y cuya pared izquierda estaba llena de mercadillos. Comida, vestimentas, herramientas, armas y locales que servían opiáceos y otras drogas se intercalaban hasta el final del callejón, que daba a un amplio parque. Descubrió que ese parque era parte de la calle que estaba buscando. Por fin su orientación empezaba a aparecer. Tras esperar diez minutos, entró en un carro a reventar. Seguía solo en medio de la multitud. Pero eso estaba a punto de cambiar.

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