martes, 19 de febrero de 2013

Don Caraclasclas

- Buenas noches, Don Insomnio, largo tiempo ha pasado desde la última vez que su ilustrísima me honró con su visita.
- Buenas noches Don Caraclasclas. En efecto, largo tiempo hacía. Mas no te apures, vengo para quedarme. Es lo que tiene dejar la puerta abierta, que puedes disfrutar del paisaje de fuera, pero corres el riesgo de que entre gente indeseada.
- Pero, Don Insomnio, ¿por qué has venido? Quiero que te vayas, era feliz antes de que tú llegaras.
- ¿Eras feliz? ¿Por qué te engañas a ti mismo?


...¿Era feliz?, ¿he sido feliz en algún momento durante los últimos cuatro años? No lo sé, ahora mismo dudo de todo, y de todos. Incluido de mí mismo...

De niño me dijeron que el mundo era un mundo lleno de posibilidades, que los sueños se cumplían, que podía volar por encima de las alambradas... pero se les olvidó mencionar que para tener la oportunidad de volar primero debía vender mis alas. Renunciar a mis sueños. Renunciar a todo lo que una vez pude señalar como mío con una sonrisa. La sonrisa de un niño, oh, cómo las echo de menos. ¡Quién tuviera otra vez seis años, quién pudiera volver a sonreír!

Quise cambiar el mundo, pero el mundo me ha cambiado a mí. Hoy he entonado el Réquiem con lágrimas en los ojos. Hoy me he quitado el velo. Hoy he visto la inmundicia en que este mundo está sumido, y me han entrado ganas de cortarme las venas con la Daga de Damocles que se cierne sobre mi cabeza.

Hoy... Hoy es el principio del final, y no hay nada que pueda hacer para evitarlo...


- Tiene razón, Don Insomnio, adelante, póngase cómodo.

Suena una puerta cerrarse. El fuego crepita en el interior de la pequeña habitación, pero el vaho de las respiraciones nubla el ambiente. Podrían los leños arder eternamente, que el frío pernoctaría en mi mismidad una noche más.

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